Sin peligros ni temores ni traiciones

Allí me descubrí, negándome. En la estela argentina de tu mirada penetrante y fina como la más traidora de las lluvias, la que te empapa lenta, terminante, y hunde tus huesos en agua, y tu voluntad entera la vuelve voluntad suya.

Huérfano de tus cantos de sirena, busqué el cobijo nuevo de otras alas en las que perderme a la manera más rotunda en que la RAE entiende perderse uno. En la ruina del alma, en la pasión del amor, en la condenación eterna, en el daño grave que me causaste, en el daño irremediable que me causo.

Fue nuestro amor de vivos; es nuestro amor de muertos y muertos volveremos a encontrarnos. Será entonces cuando tu mirada limpia me prenda sin peligros ni temores ni traiciones y seré entonces el padre, el hermano, el amigo, el amante, el hijo.

Mientras, las calles se deslucen al sol, los arenales se pierden en el mar, las estrellas se ahogan en la luz terrena y las aguas guardan secretos y olvidan verdades. Camino, temo detenerme demasiado tiempo y anhelo tanto como me asusta, olvidarte.

Y volver a perderme en una nueva mentira.

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