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Haikus

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Quién escribe  las eses como eran  al comenzar.    Siembra de luces,  nubes de antaño llegan  y estoy solo.    Estás aquí,  eres tú otra vez,  y el cielo gira.    Dedos de agosto,  sábanas frescas y sol,  mi alma se estira.    Sol, luces tibias,  explosión de silencios  y mi amor mira.    Zumos del mundo,  extremos del dolor.  Mi alma canta.

Homicio doloso

Hace unos días mi hijo jugaba en el parque con un amigo buscando caracoles. Tenían uno que una niña un año mayor cogió sin miramientos y se llevó. Mi hijo, desolado y llorando, vino a mi lado. Lo tenía en brazos cuando la niña volvió con el caracol llamándole. Nos vio a los dos. Se calló. Dejó caer el caracol sin dejar de mirarnos y lo aplastó con su pie derecho. A continuación arrastró el pie contra el suelo varias veces. Luego miró la planta de la zapatilla con rostro inexpresivo y volvió a arrastrar el pie contra el suelo. Repitió la misma operación varias veces. En esos momentos llegaba mi mujer. Yo repetía en bucle "La gorda esa, la gorda esa" (la niña sufre de una notable obesidad). Mi mujer me dijo que no dijese eso, cogió al niño en brazos y, al contarle lo sucedido, se acercó a la niña y le dijo que eso no se hacía, que ni se quitaban los caracoles a los demás ni se mataban. La niña respondió varias veces "Yo no he sido" sin mirarles. Cuando

Musiquito

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Vicente Navarro, En el río La Claridad, Lo bueno Shinova, Te debo una canción Recycled J, Selecta, Superpoderes

Neruda, Poema 20

En tiempos de incertidumbre extrema y encierro forzoso y solidario no enconté nada que me alejase de la desesperación salvo el amor. El amor a mi hijo, a mi mujer, a mi madre, a mi hermano, a mis sobrinos, a mis amigos, a todos los que han significado algo en mi vida, a todos los que lo significan ahora. Al mismo tiempo, no puedo dejar de estar desesperado. Poema XX.   Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo: "La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos". El viento de la noche gira en el cielo y canta. Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Yo la quise, y a veces ella también me quiso. En las noches como ésta la tuve entre mis brazos. La besé tantas veces bajo el cielo infinito. Ella me quiso, a veces yo también la quería. Cómo no haber amado sus

Jóvenes

He tomado hoy la determinación de trabar amistad solo con personas más jóvenes que yo. Aprecio, quiero y amo a muchas personas de más edad que la mía. Me consta que hay multitud de bellísimos y excelentes seres humanos que me aventajan en edad. Mi determinación no se basa en el desprecio de lo viejo o la admiración por lo joven sino tan solo en mi cobardía y mi egoísmo. Hay un hecho en el que las estadísticas demuestran que ser el más viejo es una ventaja y quiero aprovecharla: Si soy el más viejo soy también quien más probabilidades tiene de morir Y no quiero ver morir más amigos.

Ese pasado perfecto

 Aún hoy, 22 años después, recuerdo el día en que Vanessa se acercó a mí mientras salía de una sala de estudio y mantuvimos una breve conversación. No recuerdo nada de lo que dijimos, solo recuerdo estar sentado a solas en una mesa desgastada y contemplarla perfecta camino de la salida, libre del marco vulgar de aquella vetusta sala, ajena a la ingravidez imposible de sus pasos en aquel mundo desaliñado al que no pertenencía y desear que me viese y se acercase y pudiésemos hablar, subterfugio de poder estar a su lado, porque sabía que, preso de mi timidez y mi introversión, sería incapaz de ser yo quien me acercase a ella. Vanessa me vio. Recuerdo sus pasos largos, seguros, apuntando promesas hacia mí, su olor a flores frescas en cuclillas a mi lado, su rostro frente al mío, inmaculado, cerca, muy cerca, para poder hablar sin levantar la voz, su sonrisa hecha para rendir asedios... El tiempo pasó, terminé la carrera. La universidad fue pasado y en ese pasado perfecto en el que me sentí
Busqué tu sombra y tu ciudado tantos años como el recuerdo alumbra y cuando al fin te encontré recio, taciturno y solitario, me recogí a tu lado y esperé que los días se sucediesen y nos sucediesen, juntos en cada paso. En las sonrisas cómplices, en tus manotazos cariñosos a mis demandas de besos, en los gritos a la costumbre de tantos años de soledad, en las conversaciones bajo el marco de la puerta, en cada paseo, día de pesca, en cada minuto en la cocina. En todo volvimos a una costumbre nueva y antigua, en el orden siempre esperado de las cosas nuestras. Llegó la vida (lo llamo la vida sin saber a qué me refiero ni si acaso existe) a ese reencuentro feliz que fue el nuestro como ha llegado siempre la vida a mi encuentro, arrolladora e irracional, tajante y severa, para separarnos, para desgarrar el lazo fortalecido de los días y el amor. Me quieres, sé que me quieres. Me lo dijiste. Me lo dijiste y el plazo brevísimo juntos se prolongó para siempre en cada p