La parada del bus

Hace cosa de un mes.
Esperando en una parada de autobús. Estábamos una chica y yo, cada uno en un extremo opuesto. Llegó una mujer, aparentaba unos casi 40 mal llevados; ojeras, cara triste pero atractiva y un cierto aire de desconsuelo, como si tuviese ganas de ponerse a llorar pero llevase tanto tiempo aguantando que le quedó el gesto en el rostro. Me preguntó si había pasado el autobús a Muzkiz. Yo llevaba poco en la parada y le dije que no lo sabía, que acababa de llegar. No preguntó nada a la chica. Empezaba así una de esas situaciones extrañas que de tanto en tanto acontecen.

Al rato me dice "¿Puedo preguntarte una cosa?". Está a unos dos o tres metros. "¿Sí?", le contesto. "¿Dónde has comprado esa camiseta?". Curiosa pregunta porque la camiseta no es gran cosa. Le cuento que es de la UPV. No se me ocurre que tal vez ella no asocie las siglas UPV con la Universidad del País Vasco. No lo hace (nunca me había ocurrido y me siento torpe por haber asumido que lo sabría), le digo que es de la universidad, (las repartieron a los estudiantes que fueron a colaborar contra la marea negra del Prestige. Yo no fui pero sobraron tantas, que mi hermano, que estudiaba allí me trajo varias, aunque todo eso no se lo cuento). De inmediato asume que soy muy joven y universitario. Le digo que acabé hace tiempo, me avergüenza decirle mi edad.

Se ha acercado más, ya estamos juntos, me cuenta que no pudo estudiar, que era un desastre pero que fue por motivos familiares, que no detalla, por los que tuvo que ponerse a trabajar desde muy joven, que no es muy lista, que tiene una hija... su conversación intenta mantener una coherencia con el tema inicial; la camiseta, la universidad, los estudios pero parece que quiere conducirla a algún lugar. Su hija. Apenas se hablan, ¿es posible ser amiga de tu hija?, su hermana se lleva mejor con su hija que ella, sabe más de ordenadores, su hija siempre está chateando, está a todas horas con el ordenador, no está bien estar tanto en su habitación con el ordenador, ella empezó un curso de informática por saber más del tema pero se ofuscaba porque no avanzaba y no lo terminó. Ha pegado a su hija un tortazo. No me dice cuándo. A cada pregunta, a cada nuevo fragmento de su vida que me suelta sin ni siquiera saber mi nombre, espera mi respuesta o mi aprobación y yo le digo que se puede ser amiga de una hija pero es muy difícil porque a veces ser padre exige cosas que dificultan esa amistad, que no está mal que su hija maneje bien el ordenador, que es bueno para su futuro, que chatear no es malo necesariamente, que está bien que intente aprender más sobre manejo de ordenadores... y cada respuesta mía la recibe como si yo tuviese razón y ella, de alguna manera que no queda clara por lo dicho hasta el momento, hubiese estado equivocada hasta oírme.

Me mira con esos ojos que empiezan a desesperarse con los años de sinsabores y frustración y una parece que fatal ausencia de fe en si misma, repite que pegó a su hija. No recuerdo si le digo algo sobre eso. Quiero hablarle con tranquilidad, transmitirle algo de confianza, no puedo solucionar sus problemas. Me pregunto si la chica nos está oyendo. La miro, lleva unos auriculares puestos. Quién sabe.

La conversación se prolonga un poco más, ya no recuerdo el detalle, sólo esa mirada de auxilio, tal vez un poco enajenada, demasiado volcada en mí. Sé que llegará mi autobús, que no es el suyo (ella va a Muzkiz o al menos por ese autobús preguntaba) y que eso supondrá el final. En ese tiempo la sigo escuchando. Llega mi autobús, hago una señal al conductor para que pare a la vez que le digo a ella que mi autobús llega. Súbitamente algo le hace sentir que habla a un extraño y se despide de mí muy rápido, parece avergonzada, se gira deprisa y va a sentarse en uno de los bancos de la parada.

En el autobús me siento en el lado opuesto al que da a la parada y miro a través del cristal, hacia el otro lado.

Me sonaba su cara. Es posiblemente de mi barrio, de mi pueblo. Tal vez me cruce con ella otro día. Dudo que me salude aunque me resultaría extraño que no me recordase. Supongo que, si la veo hacer el más mínimo gesto de saludo, la saludaré. Si no, seguiremos siendo igual de extraños el uno para el otro, la única diferencia será que no nos habremos saludado.

Entradas populares de este blog

Pedro Salinas - Si me llamaras

Joaquín Reyes - La Hora Chanante

Primera evocación