La cafetería

Trabajo en la ciudad en la que nací y en la que vivo. Mi lugar de trabajo está a 300 metros aproximadamente del hospital en el que mi madre dio a luz, a 200 de la parroquia en la que me bautizaron y a 600 o 700 metros del colegio al que iba todas las mañanas hasta los 14 años.

Hace varios meses estaba tomando un café con leche durante el descanso del trabajo. Estaba con un compañero, en la barra de una cafetería a la que solemos ir casi a diario.

En la cafetería, la camarera acababa de poner un vaso con café con leche junto a nosotros y estaba avisando a una señora que estaba sentada en una mesa, de que su café con leche en vaso estaba listo. La señora tenía unos 50 años, estaba muy gorda, la silla que ocupaba le quedaba ostensiblemente pequeña, parecía embutida entre la mesa y la máquina tragaperras que tenía detrás y no se había dado cuenta del aviso, de modo que, tras ese breve momento de reflexión e incertidumbre que precede a la toma de una decisión, cogí el vaso y se lo llevé a la mesa.

La mujer pareció sorprendida, casi hubiese dicho que agradecida, de hecho comenzó a decir unas palabras y yo estaba dispuesto a adoptar una actitud modesta y levemente avergonzada por su agradecimiento. Pero no me lo estaba agradeciendo, me estaba pidiendo, por favor y con cierta indiferencia, que le acercase una sacarina.

Volví a la barra sorprendido, hasta divertido y, empezando a asumir mi condición de camarero, me acerqué a la chica para pedirle un sobre de sacarina. Me lo dio, se lo llevé a la señora y ella me lo agradeció con educación.

Al cabo de unos días, comiendo con mi madre, ella pareció recordar algo y me dijo más o menos: "¡Ah, ya sé que te encontraste con [elnombredemujerquesea]!".
-¿Con quién? Respondí yo.
-Ya sabes, la madre de [nombredelahijaquenorecuerdo]. Te vio en una cafetería, le acercaste el café a la mesa y te preguntó si eras mi hijo.

Dios mio. La señora gorda me conocía. ¿Esa señora me conocía?, ¿quién es esa señora?, ¿me controla alguien?, ¿tienen informes sobre mí?, ¿es que estamos en la Alemania nazi?

-No mamá, la señora no me preguntó por tí, a la señora le llevé el café y ella, en vez de preguntarme por tí, me pidió un sobre de sacarina como si yo fuese el camarero del bar.

Mi madre empezó a reírse y yo estaba asombrado. Porque a diario seguramente coincido en la calle, en bares, en tiendas con gente que me ha visto crecer y me recuerda o les recuerdo a mis padres y saben de esa manera quién soy y yo no tengo ni idea de quiénes son ellos. Porque la gente se inventa conversaciones y las cuenta no ya para quedar bien, no es necesario, sino por el mero hecho de contarlas; porque las creen. Porque todo esto es un pañuelo y, sin necesidad de hacerlo más pequeño de lo que es, y mira que nos esforzamos en hacerlo, todos conocen a todos.

Recuerdo que, trabajando en Madrid, las calles eran todas iguales. Ninguna significaba nada para mí. A aquel sentimiento de no pertenecer a esas calles se le unía el anonimato que suponía vivir en una ciudad de tales dimensiones y que, además, no era la de mi nacimiento y educación.

Aquel anonimato me desasosegaba. Más o menos lo mismo que sentí aquel día mientras comía con mi madre.

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