Manos etéreas

Eres la pared blanca de mis lamentaciones,
donde acaban en un quejumbrar inaudible
mis exigencias.

Quiero sitiar tu hogar por años para encontrar
los caminos que conducen a tu satisfacción,
y entender cómo, hijo nuestro,
volviste tu espalda vertebrada, medulada,
circulada por la misma sangre nuestra,
a nuestra existencia
y te prometiste feliz
que somos iguales y manos no invisibles
sino etéreas convierten a unos y otros en lo que corresponde,

Dios
se juega a los dados mi vida,
no hay más, y algunas cosas son como son.

Quiero velar tu vigilia y soñar tu sueño,
y contarte cuentos durante la cena y leer
en cada texto que lees,
las líneas que saltas para olvidarnos.

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