La música
Hoy no tengo tiempo. No tengo ganas. No tengo ideas.
Un fin de semana divertido, una puerta abierta para salir y tomar el aire (y vino).
Nos vemos de escalada, o no. ¡Hasta luego!
Lo que sigue es uno de esos momentos de "escribir por escribir" a los que era muy aficionado hace unos años.
La música dice lo que la palabra no puede decir.
Bien, partimos de algo. Hay una afirmación. Vamos a cimentarla.
No, no, ¡No! No hay punto de partida, no me jodas con las partidas y las llegadas, las conclusiones. Todo concluye porque aquí, desde donde estoy, cada una de las cosas desaparecen en algún momento, preciso a veces, impreciso otras. Y nunca las vuelves a ver.
Profesores del colegio, compañeros de instituto, antiguos amigos, familiares, árboles, casas, días, veranos, lágrimas y hasta los recuerdos de esas desapariciones, desaparecen y no los echas en falta, y ya no dedicas momentos mudos a recordar, que es volverse y mirar fijo para precisar lo borroso y encender lo apagado, y no se contrae tu rostro más veces en una fingida mueca de melancolía resignada, que esconde la tenaza de la obstinación que te susurra en sueños y en esos momentos demudados, palabras secretas y cuentos prohibidos que niegan a Dios y prometen el imposible. Todo será tuyo, volverá todo a tus manos.
Nada de ello tiene nunca que ver con la felicidad, la felicidad existe como existe Dios, y no es por fe ni por esperanza sino por negación, negación de lo que es dolor, y desesperación e incredulidad.
Tengo ganas de divagar, como divago siempre, porque no hay nada más concreto que la muerte y nada más disperso que la desesperación y abro ahora los brazos para besaros a todos y volver al regazo divino, del que quisimos huir y al que volveremos redimidos, puros, mutados, pues de ninguna manera yo podría ser yo y ser puro y ser bueno y ser feliz. Ese no seré nunca yo. Ése me recordaría y, con rostro demudado y mirada perdida, en una mueca sincera de tristeza, lamentaría mi dolor, que fue suyo y me echaría en falta pero no habría susurros ni secretos deseos de volver a mí. Y un día, sí, el olvido acabaría por convertirme en sombra o menos, y ése, que no soy yo, ya nunca más me echaría en falta. Y sería feliz, iluminado, fértil.
Y la música, que a veces hace eso por nosotros unos minutos; borrarnos y volvernos otro mejor, puede que la música nos empuje más alto el tiempo que su sonido nos atraviesa, ese tiempo que suele durar más que la propia melodía.
Pero volvemos.
Vaya conclusión de mierda.