Ese pasado perfecto
Aún hoy, 22 años después, recuerdo el día en que Vanessa se acercó a mí mientras salía de una sala de estudio y mantuvimos una breve conversación.
No recuerdo nada de lo que dijimos, solo recuerdo estar sentado a solas en una mesa desgastada y contemplarla perfecta camino de la salida, libre del marco vulgar de aquella vetusta sala, ajena a la ingravidez imposible de sus pasos en aquel mundo desaliñado al que no pertenencía y desear que me viese y se acercase y pudiésemos hablar, subterfugio de poder estar a su lado, porque sabía que, preso de mi timidez y mi introversión, sería incapaz de ser yo quien me acercase a ella.
Vanessa me vio.
Recuerdo sus pasos largos, seguros, apuntando promesas hacia mí, su olor a flores frescas en cuclillas a mi lado, su rostro frente al mío, inmaculado, cerca, muy cerca, para poder hablar sin levantar la voz, su sonrisa hecha para rendir asedios...
El tiempo pasó, terminé la carrera. La universidad fue pasado y en ese pasado perfecto en el que me sentí siempre cómodo, atrapé a Vanessa, despojada de verdad, convertida en recuerdo al que volver siempre y puntualmente.
Volví a verla una sola vez más, en una boda, cuando todo lo que tiempo atrás estaba por hacer, ya estaba hecho, cuando ya no quedaban promesas, solo recuerdos.
Y aún hoy, 22 años después, recuerdo.
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