Resaca y apariencia

Las noches son, una tras otra, iguales.
Los días no los distingo.
En el recuerdo confundo comidas, cenas, palabras de unos y otros se mezclan.
Se solapan días, noches, amaneceres y ocasos tienen el mismo color indiferente del devenir de los días que no le importan a nadie.
Padres e hijos de la patria se entregan al bien común de oligarcas, vestidos de blanco, de verde, de rojo, con traje, uniforme o túnicas, regalan su cuerpo y su alma al dios que les observa.
Las ideas se repiten estériles en mi cabeza y ya no sé darles una nueva forma, son ecos ridículos de mundos extintos en los que nunca tuve parte alguna.
Callo la mayor parte del tiempo, obsesionado por encontrar una voz para hablar alto y claro y ser el superyo que apague la disensión y alce el telón de la concordia, la verdad única. La realidad precisa.
Mi verdad.
Salto de un punto a otro del mapa imaginario de mi talento a la búsqueda del sustantivo preciso y el epíteto definitivo. Es indiferente que acierte o no.
La cuerda de tender sobre la que me deslizo me pide alcohol para evitar rozaduras indeseadas y me entrego febril a la fiesta de ser más yo y yo menos que nunca.
Y en esas me enamoro de tí.
Y tú crees que habrá algo tras de mí, más allá de la fiesta y el alcohol y el deseo.
Y. una vez más, nada importa tras el telón.
Es el telón principio y final.
Actitud primera y última, voluntad de existir y, una vez vivo, ser, estar. Pasos a un lado, al otro, adelante, atrás. Giro sobre tí mismo, un salto, ¡chas!. Y no importa qué, ni cómo, ni cuándo. Eres.
Las mañanas sólo demuestran que, una vez más, amaneció.
La muerte es el amanecer último.
Me sigas o no, recuerda mi camino.

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