Can't buy me love

Ayer se me rompió un amor
(y no tiene que ver con canciones).
Fue a media tarde y,
de esa manera tonta en que una discusión comienza
(cuando sabes que tu próxima frase pondrá en marcha el Armageddon pero no puedes evitar decirla y, mientras las palabras las construye y pronuncia un cuerpo que de súbito te es ajeno, lo lamentas pero no piensas ceder, no esta vez),
los dos supimos al ponerle punto final
que el amor lo habíamos roto
a base de portazos y de insultos
y de otras cosas tristes y bioacumulables.
De todas esas otras cosas.

Para el amor no hay servicio post-venta.
Normalmente quien te lo vendió tiene poco interés en arreglarlo,
o tú no se lo quieres llevar a reparar.
No hay garantía por dos años, ni servicio técnico
y las piezas de recambio... no hay piezas,
hay, a lo sumo, pedazos.
Si se rompe, hay que comprar uno nuevo.

Si yo fuese el director del Organismo Regulador del Mercado del Amor, estaría tremendamente frustrado. Cómo es posible que un producto o servicio con tanta demanda, tan escaso y, seguramente sólo por eso, tan valioso, se intercambie en condiciones de precariedad semejantes.

Se me ocurre que si Karl Marx hubiese pensado en ello, hubiese concluido que el amor debiera ser, por su valor comunitario, un bien social. Y me pregunto, ¿eso implicaría orgías públicas a cargo del Estado?

Epílogo: ¿Habría funcionarios del amor?, ¿o en cambio se volvería obligatorio el matrimonio en aras del bien colectivo?, ¿hubiese triunfado el comunismo así? (con orgias, digo).

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