Leerte


Al leerte en voz alta,
cuando hacia tí lanzo
los poemas que, escritos,
no eran tuyos,
todo se ordena bajo tu perfil y tu sombra
y se agita mi cuerpo
como se agita mi alma,
ambos juncos que siempre temen quebrarse
bajo tu invisible y perenne peso.

Con tan solo leerte
se disparan contra mí
nuevos vértices,
amplias avenidas por las que avanzo y,
de lejos,
observo el mismo texto extrañamente
renovado, fértil,
enriquecido en mí por tí,
floreciente él en tí misma,
dueño de sí pues yo,
que ingenuamente me siento su dueño,
ni siquiera yo puedo verlo completo,
hundir en él mis manos y amasar,
con mi memoria y mi conocimiento,
lo que creé,
hasta entenderlo.

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Todo te define.
El estilo.
El tema que tratas.
Lo que mencionas y lo que omites.
Los sustantivos, los adjetivos que usas. Los que no.
La construcción de las oraciones, de los párrafos.

La estructura de la narración.

A veces hasta el tamaño del papel en el que escribías inicialmente las historias define tu estilo.
Si usabas lapicero, bolígrafo o pluma.
Todo lo que pensaste, todo lo que creíste pensar y todo lo que bullía en tu interior sin darte cuenta.

Pasado el tiempo, cuando ya has olvidado los motivos, las ideas, casi todo el germen primigenio, relees el texto y no terminas de entender algunas cosas, te extrañan otras y te sorprende la precisión de terceras, escalpelos que nunca creíste haber puesto allí.

Y fuiste tú pero parece obra de un extraño.

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