Érase una vez en América

Decía Búnbury (más o menos) en una entrevista hace ya unos meses sobre las descargas de música en internet, que habían reemplazado aquella adoración que profesábamos por la música cuando no había forma de digitalizarla por una acumulación masiva que conlleva implícitamente cierto desapego.

Aquella adoración que se materializaba siempre en un fetichismo ansioso hacia los discos y casetes que más nos gustaban, afición que a menudo nos tenía rascando el bolsillo (propio y ajeno) para comprar algún disco, grabando casetes TDK-90 a tutiplén, y rebuscando entre los montones ingentes de música de las tiendas, buscando no se sabe bien qué, para al final salir de vacío o con una cutre cinta magnética pagada a precio de oro.

Al final los bienes escasos se valoran. De una manera pecuniaria y de una manera emocional.

De niño vi dos películas que me impactaron. Incluso las confundía, ambas ambientadas en el Nueva York de principios del siglo XX, ambas llenas de tejados, delincuentes y con Robert de Niro matando gente. Y las dos con bandas sonoras espléndidas. Nino Rota, tan bien en "El padrino II" como lo había estado en la primera parte, pero sobretodo Ennio Morricone y su score para "Érase una vez en América". Adoraba aquella música.

"Érase una vez en América". Me faltan palabras para expresar lo que esa película me hace sentir. La infancia de los chicos, la madurez, el drama, la melodía. Aún me provoca el mismo efecto morboso que de niño, aunque atenuado, por sus continuas referencias sexuales e incluso hay un diálogo que tengo grabado en la memoria pero que no merece la pena citar, no sea que alguien no la haya visto y sugiera más de la cuenta sobre el argumento.

Durante mucho tiempo quise esa banda sonora. Pero yo era un niño y ni siquiera sabía el título de la película. Pasó el tiempo y, de alguna manera que no recuerdo, llegué a saberlo. Me restaba encontrarla. La busqué sin fortuna. Un día, al cabo de cierto tiempo, entré en una tienda de música en Bilbao que no solía frecuentar (de Bilbao por aquel entonces no solía frecuentar nada), eché un vistazo superficial y frené en seco. Había un póster enorme. Fondo negro contra el que se recortaba una foto avejentada del puente de Brooklin, un niño corriendo, "Once Upon a Time in America" en la base. Fui directo hasta el póster y empecé el repaso sistemático de casetes. Al poco ya tenía una copia en mis manos. Pagué las ¿1600 pesetas? que costaba. Una puñetera cinta de casete por mil y pico pelas. Y me hacía el tío más feliz del mundo.



De vuelta a casa anochecía. Llegué a mi cuarto, cogí el radiocasete, desprecinté la cinta, repasé los textos. Poco más que los títulos de las canciones. Apenas quedaba luz, bajé las persianas y dejé la habitación completamente a oscuras. A tientas metí la cinta, pulsé la tecla de "play" y me tumbé en la cama a escuchar. Creo que lloré. Creo que durante semanas no escuché otra cosa.

Hoy, si tengo alguna duda sobre alguna canción, alguna película, un autor, un libro, un compositor, física cuántica, economía... sólo tengo que ir al ordenador y buscar. Allí está todo.

"El planeta imaginario" era un programa infantil intrigante pero aburrido que emitían en TVE hace más de 20 años. Tenía una sintonía de entrada maravillosa. Para mí siempre fue la sintonía de "El planeta imaginario", una melodía que jamás tuve hasta que se me ocurrió rastrearla en la internete. Ahora sé que es obra de Isao Tomita, que se llama "Arabesque Nº 1" y que es una versión con sintetizadores de una obra original de Claude Debussy.



Por cierto, ¿alguna vez habéis pensado en los "padres" del hipertexto? Fueron Ted Nelson y Douglas Engelbart. Ellos enlazaron el mundo.

Ya no siento la emoción que sentí de niño al encontrar aquella banda sonora y, si siento algo cercano, es porque recupero o encuentro algo que en aquel momento de escasez y desconocimiento, no tuve o perdí. Hoy tengo al alcance casi todo y casi todo lo acumulo de forma obsesiva en el ordenador, sin preocuparme en absoluto por la propiedad, el copyright y el lucro cesante (una de las múltiples trampas de la SGAE) y seguramente movido por cierto afán recolector que es posible que aún conservemos como especie o simplemente (nunca es tan simple) como consumidor cumpulsivo.

Antes, la escasez, no ya de música sino de competencia en la industria musical (no es que haya cambiado el panorama), hacía muy difícil la adquisición de música y ésta se lograba en soportes no sólo desproporcionadamente caros sino frágiles o de baja calidad. Eso, no su calidad, los convertía en elementos de valía inestimable.
Hoy la música abunda. Sale a megas y gigas por todas partes y la experiencia de la escucha se acorta. ¿Se acorta? ¿Oímos menos veces los mismos discos? No, los que nos gustan, no. Oímos mucha más variedad, una primera escucha en ocasiones puede tener mucho más peso que una continuidad de escuchas pero, ¿acaso antes se compraban los discos después de 3 o 4 escuchas?, ¿o se compraban después de una escucha, que incluía una, dos o tres canciones a lo sumo?, ¿acaso no mejora nuestra exigencia y cultura musical?, ¿quién no da oportunidades a discos difíciles, aun a sabiendas de lo mucho que aún no ha oído? Llega el estrés musical y volvemos a serenarnos y a limitarnos. Más cantidad pero sin excesos, más variedad, más calidad, más exigencia, más conciertos, más música, más ingresos para los autores y menos cedés vendidos. El cedé es el producto de un modelo de industria madura. Hay que innovar para vender más.

Ya no hay adoración. Hay amor.
Ya no hay tanto abuso industrial pero persiste la voluntad de abusar, no la capacidad de abuso. Cada canción vale un euro en internet. Sin soporte físico, sin libreto, sin distribución, sin intermediarios y sin embargo, si compras 12 canciones en internet (más o menos un disco), 12 euracos.

Ha cambiado la manera de aproximarnos a la música y, después de una infancia de hambruna, después del primer atracón internetero, ahora cómo me gusta oír música. Y cuánta oigo. Más que nunca y, mira por dónde, gasto en música más dinero que nunca. Y sí, es poco, nunca podría ser más. Antes la hambruna.

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