Mi abuelo
Mi abuelo era, según me ha contado mi madre y me contaba mi abuela, un hombre de pocas palabras, educado, lento y meticuloso en el trabajo, tacaño (un poco) y ahorrador (en la misma medida). En mi memoria es una suma breve de fotografías gastadas en blanco y negro de un hombre arrugado, calvo y con gruesas gafas oscuras, serio el día en que se casaba mi madre.
Mi abuelo escribió toda su vida.
Las cosas cotidianas.
Lo que pensaba, decía mi abuela que escribía mi abuelo.
Hasta que, hace ya 27 años, murió.
No conservamos ninguno de esos textos.
Nadie sabe qué fue de ellos y sólo tenemos la sospecha de que, durante una remodelación en la vieja casa en que mis abuelos vivían, en la que nació mi abuela, acabaron en la basura o emparedados en algún lugar del techo.
Qué empujaba a escribir a mi abuelo, un hombre de campo, de buena pero limitada educación, cada día. ¿Fue un poeta?, ¿un Pla de la meseta castellana, que retrató a su gente?, ¿o un simple labrador que anotaba el día a día con simpleza y prosa basta, más que el papel con que contaba?.
Mi abuelo. Al que no recuerdo y del que sólo oigo historias contradictorias y vagas, difuminadas por el olvido, como aquella vez en que hizo una tarea para el cura del pueblo y, al terminar la faena, el cura le preguntó cuánto era. "La voluntad", contestó mi abuelo, y el cura, en pago, le dió las gracias.
No trabajó más para aquel cura.
Y escribía. Sobre el tiempo tal vez, y lo segado o lo sembrado según qué época del año fuera.
Y lo que a él le hacía escribir.
En eso no había nada de la pueril ansia de reconocimiento, fama, posteridad o cualquier otra diarrea literaria que vivimos hoy.
Pero cómo saberlo.
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Cigarra me hizo recordar ayer con uno de sus textos.
Mi abuelo. Cómo me gustaría poder tener una larga conversación con él.