El drama
En breve va a cumplirse el octavo aniversario de la muerte de Lady Diana. Su muerte tuvo en España y parece que en buena parte del mundo desarrollado un efecto demoledor; llenó portadas de revistas, periódicos, informativos y programas de tv de todo tipo durante semanas y el interés por su muerte fue abrumador. Entonces y aún ahora soy incapaz de entender cómo yo mismo pude sentirme conmovido hasta tal punto por su muerte. Claro que no quiero decir que no debiera conmoverme e interesarme su muerte sino que me afectó mucho más que la muerte pocos días después de la Madre Teresa de Calcuta, muerte que, por otro lado, quedó completamente eclipsada por la princesa triste.
Un examen superficial del trabajo de ambas, de su papel en el mundo, de sus actos y compromisos basta para saber que era la Madre Teresa la que debería haber sido protagonista de un duelo mundial por ser su muerte la de una de las personas más importantes y comprometidas del siglo XX.
Ya entonces lei que no nos gusta el drama, nos repele el dolor extremo, la desolación de sabernos perdedores o, peor, figurantes pasajeros de una historia cruel y dolorosa, que lo que en verdad nos apasiona es el melodrama, esa manera de llegar al drama a través de la manipulación emocional que supone la presentación de un protagonista manejado por fuerzas más poderosas que él mismo (viene todo muy bien explicado aquí). Lady Di fue nuestra princesa de melodrama. Lo fue porque los mass media querían -y quieren- vender y lo fue porque nosotros queríamos -y queremos- comprar un drama dulce que se tornó en tragedia real. La Madre Teresa en cambio era demasiado real para ser interesante, demasiado vinculada al dolor, a la pobreza, al sacrificio, un ejemplo de compromiso demasiado alto para nuestra vulgaridad cotidiana.
Hace poco que un chico brasileño fue tiroteado -y por las informaciones actuales casi podría decirse que ejecutado- en Londres por la policía. Mató la policía a un chico inocente por razones loables pero que no justifican la muerte de inocentes, por muy sospechosos de culpabilidad que sean. Su caso no es el de Lady Di, no hay melodrama, era brasileño, inmigrante, pobre, nadie. Pero sirve como analogía al caso de Lady Di con Teresa de Calcuta en otro orden de valores. Es un caramelo en dulce para los moralistas y para los juegos de salón burgueses que hoy practicamos casi todos en nuestras cómodas democracias occidentales. ¿Merecía morir?, ¿situaciones extremas merecen actos extremos?, ¿el terror se resuelve con menos libertad?, ¿fue un asesinato injustificable?. Todos nos apasionamos con el caso pequeño y manejable de un hombre muerto, de un inocente que muere por el temor a que si no se le mata, mueran muchos más.
Mientras, van a morir este año en África millones de personas, y van a morir de hambre. De un hambre que ya se sabía hace un año que sufrirían. Y ya se pidió hace un año ayuda y no dimos lo suficiente y, este año, que el G8 declaró como "el año de África", será el año de la ignominia (una más) de nuestros países ricos contra los subdesarrollados. Ningún medio de comunicación va a preguntarse y a preguntarnos si debimos ayudar a los negritos, o si somos responsables morales de su muerte, de si nuestro neoliberalismo económico ha sido cómplice o incluso único culpable del holocausto africano que acontece desde hace años y nuestro desdén razón última de que ni siquiera por caridad hayan recibido la ayuda que necesitaban ahora, ya, para no morirse de hambre.
Me recuerda por eso el brasileño anónimo a Lady Di, ambos tan indefensos, víctimas de las circunstancias, únicos protagonistas de su drama que nos permite emocionarnos (tristes, indignados o melancólicos, no importa qué emoción sientas, importa que sientas emoción) y hacernos preguntas cómodas, asequibles y los africanos son una Madre Teresa que no nos interesa porque es algo demasiado grande y duro y cruel y no sabemos manejarnos con esa clase de cosas tan desagradables y es mejor dejarlas a un lado, no sea que nos sintamos demasiado mal o algo peor, que nos aburra pensar en tanto muerto tan lejos, en la India o África, o donde sea que no es aquí.
Atención por cierto al artículo de Ignacio Ramonet al que he enlazado con anterioridad porque merece la pena leerlo enterito.
Un examen superficial del trabajo de ambas, de su papel en el mundo, de sus actos y compromisos basta para saber que era la Madre Teresa la que debería haber sido protagonista de un duelo mundial por ser su muerte la de una de las personas más importantes y comprometidas del siglo XX.
Ya entonces lei que no nos gusta el drama, nos repele el dolor extremo, la desolación de sabernos perdedores o, peor, figurantes pasajeros de una historia cruel y dolorosa, que lo que en verdad nos apasiona es el melodrama, esa manera de llegar al drama a través de la manipulación emocional que supone la presentación de un protagonista manejado por fuerzas más poderosas que él mismo (viene todo muy bien explicado aquí). Lady Di fue nuestra princesa de melodrama. Lo fue porque los mass media querían -y quieren- vender y lo fue porque nosotros queríamos -y queremos- comprar un drama dulce que se tornó en tragedia real. La Madre Teresa en cambio era demasiado real para ser interesante, demasiado vinculada al dolor, a la pobreza, al sacrificio, un ejemplo de compromiso demasiado alto para nuestra vulgaridad cotidiana.
Hace poco que un chico brasileño fue tiroteado -y por las informaciones actuales casi podría decirse que ejecutado- en Londres por la policía. Mató la policía a un chico inocente por razones loables pero que no justifican la muerte de inocentes, por muy sospechosos de culpabilidad que sean. Su caso no es el de Lady Di, no hay melodrama, era brasileño, inmigrante, pobre, nadie. Pero sirve como analogía al caso de Lady Di con Teresa de Calcuta en otro orden de valores. Es un caramelo en dulce para los moralistas y para los juegos de salón burgueses que hoy practicamos casi todos en nuestras cómodas democracias occidentales. ¿Merecía morir?, ¿situaciones extremas merecen actos extremos?, ¿el terror se resuelve con menos libertad?, ¿fue un asesinato injustificable?. Todos nos apasionamos con el caso pequeño y manejable de un hombre muerto, de un inocente que muere por el temor a que si no se le mata, mueran muchos más.
Mientras, van a morir este año en África millones de personas, y van a morir de hambre. De un hambre que ya se sabía hace un año que sufrirían. Y ya se pidió hace un año ayuda y no dimos lo suficiente y, este año, que el G8 declaró como "el año de África", será el año de la ignominia (una más) de nuestros países ricos contra los subdesarrollados. Ningún medio de comunicación va a preguntarse y a preguntarnos si debimos ayudar a los negritos, o si somos responsables morales de su muerte, de si nuestro neoliberalismo económico ha sido cómplice o incluso único culpable del holocausto africano que acontece desde hace años y nuestro desdén razón última de que ni siquiera por caridad hayan recibido la ayuda que necesitaban ahora, ya, para no morirse de hambre.
Me recuerda por eso el brasileño anónimo a Lady Di, ambos tan indefensos, víctimas de las circunstancias, únicos protagonistas de su drama que nos permite emocionarnos (tristes, indignados o melancólicos, no importa qué emoción sientas, importa que sientas emoción) y hacernos preguntas cómodas, asequibles y los africanos son una Madre Teresa que no nos interesa porque es algo demasiado grande y duro y cruel y no sabemos manejarnos con esa clase de cosas tan desagradables y es mejor dejarlas a un lado, no sea que nos sintamos demasiado mal o algo peor, que nos aburra pensar en tanto muerto tan lejos, en la India o África, o donde sea que no es aquí.
Atención por cierto al artículo de Ignacio Ramonet al que he enlazado con anterioridad porque merece la pena leerlo enterito.
Comentarios
Publicar un comentario