Aproximándonos a la realidad
Asombrado por la fértil inventiva del pequeño niño pera, me propuse conseguir que cada día, una de sus inverosímiles ocurrencias plantase en esta realidad desolada sus raíces y reverdeciese con monstruosa y decidida vitalidad los pasillos grises y enmoquetados que nos circundan.
Una vez dispuse cuantos medios poseía para tal fin, me acomodé para ver con vivaz interés qué ocurría. Por desgracia e inevitablemente, todo hay que decirlo, no sólo lo imposible empapó con su imparable fluir el desierto de la realidad sino que también este mundo nuestro supo drenar el gabinete de un renovado Caligari lleno de bonhomía, hasta ahogarlo en el tedio.
Un gigante por ejemplo, sembró cierto pánico (y algún bostezo) en una pequeña población del Cantábrico hasta que un ojeador avispado lo fichó para la ACB. En la actualidad, no contesta mis llamadas y sólo sabemos de él a través de las noticias acerca de baloncesto profesional americano.
Una niña cuyos padres murieron en un macabro accidente que ella misma provocó, que fue degollada y cuyas manos cortaron sus horrorizados hermanos, pasó poco más de veinte minutos vagando desfigurada por las calles. Una patrulla policial la recogió, la llevó a un orfanato, entró en un programa científico pionero y hoy es una niña prodigio cuyo talento con el violín causa aún más admiración al comprobar que toca con manos ortopédicas, amén de su recién estrenada tráquea con cuerdas vocales sintéticas, aún mejorables pero casi indistinguibles para el oído inexperto de la más natural de las voces.
De igual modo, otras muchas de las maravillas que el niño pera hacía brotar de su arrolladora imaginación, cayeron sucesivamente víctimas de la hiperrealidad de este mundo de aceras sucias, calles atestadas de coches, ruido y gente con prisa.
El pobre niño pera, abrumado por el amargo devenir de lo que consideraba prolongaciones de sí mismo, pedazos de su propio ser, enloqueció y se devoró en un acto de suicidio anormal que podría calificarse de locura de no ser porque previamente a tan macabro acontecimiento, tuvo buen cuidado en pelarse con repugnante pulcritud.
A la vista de los resultados de nuestro intento por traer a este mundo un poco de la fantasía durante tantos siglos perdida, hemos decidido mi hermano Caín y yo abandonar tales frivolidades y acometer empresas de mayor seriedad. Actualmente somos punta de lanza de la innovación tecnológica, con una empresa farmaceútica y de ingeniería agrícola a través de la cual hemos patentado la semilla de una planta capaz de producir tomates con sabor a Coca Cola. Prevemos beneficios multimillonarios, aunque algo me preocupa. Últimamente mi hermano está especialmente arisco conmigo y me culpa de acaparar el protagonismo de la empresa por mi carácter afable y mi facilidad de palabra con los medios y empleados. En ocasiones, de reojo, creo observar en él una mirada extraña. Esa mirada que antaño siempre antecedió a alguna muerte fortuita.
Espero que no vuelva a las andadas.
Una vez dispuse cuantos medios poseía para tal fin, me acomodé para ver con vivaz interés qué ocurría. Por desgracia e inevitablemente, todo hay que decirlo, no sólo lo imposible empapó con su imparable fluir el desierto de la realidad sino que también este mundo nuestro supo drenar el gabinete de un renovado Caligari lleno de bonhomía, hasta ahogarlo en el tedio.
Un gigante por ejemplo, sembró cierto pánico (y algún bostezo) en una pequeña población del Cantábrico hasta que un ojeador avispado lo fichó para la ACB. En la actualidad, no contesta mis llamadas y sólo sabemos de él a través de las noticias acerca de baloncesto profesional americano.
Una niña cuyos padres murieron en un macabro accidente que ella misma provocó, que fue degollada y cuyas manos cortaron sus horrorizados hermanos, pasó poco más de veinte minutos vagando desfigurada por las calles. Una patrulla policial la recogió, la llevó a un orfanato, entró en un programa científico pionero y hoy es una niña prodigio cuyo talento con el violín causa aún más admiración al comprobar que toca con manos ortopédicas, amén de su recién estrenada tráquea con cuerdas vocales sintéticas, aún mejorables pero casi indistinguibles para el oído inexperto de la más natural de las voces.
De igual modo, otras muchas de las maravillas que el niño pera hacía brotar de su arrolladora imaginación, cayeron sucesivamente víctimas de la hiperrealidad de este mundo de aceras sucias, calles atestadas de coches, ruido y gente con prisa.
El pobre niño pera, abrumado por el amargo devenir de lo que consideraba prolongaciones de sí mismo, pedazos de su propio ser, enloqueció y se devoró en un acto de suicidio anormal que podría calificarse de locura de no ser porque previamente a tan macabro acontecimiento, tuvo buen cuidado en pelarse con repugnante pulcritud.
A la vista de los resultados de nuestro intento por traer a este mundo un poco de la fantasía durante tantos siglos perdida, hemos decidido mi hermano Caín y yo abandonar tales frivolidades y acometer empresas de mayor seriedad. Actualmente somos punta de lanza de la innovación tecnológica, con una empresa farmaceútica y de ingeniería agrícola a través de la cual hemos patentado la semilla de una planta capaz de producir tomates con sabor a Coca Cola. Prevemos beneficios multimillonarios, aunque algo me preocupa. Últimamente mi hermano está especialmente arisco conmigo y me culpa de acaparar el protagonismo de la empresa por mi carácter afable y mi facilidad de palabra con los medios y empleados. En ocasiones, de reojo, creo observar en él una mirada extraña. Esa mirada que antaño siempre antecedió a alguna muerte fortuita.
Espero que no vuelva a las andadas.