Busqué tu sombra y tu ciudado tantos años
como el recuerdo alumbra
y cuando al fin te encontré
recio, taciturno y solitario,
me recogí a tu lado y esperé que los días
se sucediesen y nos sucediesen, juntos
en cada paso.

En las sonrisas cómplices, en tus manotazos cariñosos a mis demandas de besos,
en los gritos a la costumbre de tantos años de soledad,
en las conversaciones bajo el marco de la puerta,
en cada paseo, día de pesca, en cada minuto en la cocina.
En todo volvimos a una costumbre nueva y antigua,
en el orden siempre esperado de las cosas nuestras.

Llegó la vida (lo llamo la vida sin saber a qué me refiero ni si acaso existe)
a ese reencuentro feliz que fue el nuestro
como ha llegado siempre la vida a mi encuentro,
arrolladora e irracional, tajante y severa,
para separarnos, para desgarrar el lazo fortalecido de los días
y el amor.

Me quieres, sé que me quieres. Me lo dijiste.
Me lo dijiste y el plazo brevísimo juntos
se prolongó para siempre en cada palabra que me entregaste,
en la autoridad latente de tu perfil adusto,
en cada beso, en cada apretón cada vez más débil de tu mano contra mi mano.
Me quieres.

Te visito ahora en los mutismos del tiempo o del espacio
y me son propicias las noches, los desayunos,
las soledades en los cuartos y los muebles y las ropas
que fueron tuyos.
Espero que entres por la puerta en cualquier momento,
tantos días para coger el periódico en el quiosco.

A través de la agonía de recrearte para no perderte
me aseguro de dejarme dentro
tu recuerdo indeleble y así quererte siempre,
en la perfección inmaculada de los días que siempre compartiremos.

Te quiero. Te recuerdo. Volveré a tu lado.

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