El olor a carne quemada
Cada mañana. Las fibras de mis músculos se rompen en microscópicas fracturas. La mirada omnisciente de un tomógrafo no puede asegurar que sea una actividad anaeróbica excesiva la que ha convertido en cristales los azúcares de mi organismo, incrustados como minúsculos escalpelos entre las largas tiras que tejen mi musculatura, tampoco sé si será la agónica espera de un Tántalo anónimo en días replicantes que observan la muerte celular de mi organismo. Recorro webs como calles, para recordar. Encuentro allí, que es en ninguna parte salvo en mi memoria, mi presente verdadero. Contra la menudencia de la intrahistoria más vulgar escribo, para eternizar en el gesto mismo de volverme trasunto literario mi vida efímera, sin más horizonte que mi desquite vespertino. En el estruendo de una soledad compartida, en el estrés de una vida de costumbres, en la incomodidad de una vida confortable, en la incertidumbre de la tecnocracia exacta y aséptica. Nada está hecho y nada parece q...