En 1988, tal vez 1989, compré el libro. Lo leí entonces y lo he releido ahora. Al terminarlo lo he aferrado fuerte. Siento últimamente que, de no aferrarlas con más firmeza, he ido perdiendo muchas cosas. Cosas buenas y malas, cosas que sentía tan mías, o, si no mías, tan parte de mi vida. "El misterio de la isla de Tökland" sintetiza el amor y la entrega por la literatura que yo sentía entonces. Por la aventura desde el sofá o la cama, con mis gafas de pasta y mi ligera obesidad. Era el mundo un lugar mejor y maravilloso. Lo decían los libros, el cine, la TV... lo decía la publicidad, ya por entonces inclemente y, sin embargo, tremendamente ingenua. Y nos lo decían, como siempre, a los niños. Hoy ya da igual que sea cierto o falso, simplemente carece de importancia. Una vez más un libro me arranca, me inflama en puras ganas de reflexionar y escribir y vivir intensamente en un mundo mejor en el que creo. No esperaba que fuese tan fácil volver a sentirlo. Con una novelita tan ...